Mateu Lahoz nunca fue un árbitro anónimo. Al poco tiempo de llegar a la élite, Mourinho le elogió como el mejor árbitro para su gusto. Se convirtió, sin echarle la culpa al técnico portugués, en un colegiado mediático, y eso le alejó de las entrevistas durante 7 largos años. Pero ahora se siente a gusto contando su vida o sus sensaciones. Desde el momento en que compaginaba su condición de futbolista con la de árbitro... Sí, el futbolista llamado Toño se convertía en un mismo fin de semana en el colegiado Mateu Lahoz.
Sonríe ante la cámara antes y después de los partidos para que su madre sepa que está bien, y le gusta empatizar y comunicarse con los jugadores, y entender una protesta si en la jugada que ha juzgado pudo llegar a dudar. Son maneras de conducir un partido donde sabe que es imposible dejar contentos a todos, pero asumiendo que el VAR le permite dormir más tranquilo.
Quiere que les vean como deportistas, como el tercer equipo del terreno de juego. Se emociona al recordar la final de Oporto y el beso de sus hijos en su calva. O ese abrazo que duró 20 minutos tras el partido. Porque Mateu Lahoz es un Pelao al que le tienta una empresa de injerto para un antes y un después, aunque Toño la deshecha, por ahora, para mantener el parecido con su padre. Y es un lujo poder conversar durante 90 minutos al mismo ritmo con el que dirige sus partidos. Hasta ahora veíamos a Mateu Lahoz dirigir partidos, pero ahora veremos a Toño.
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