El Festival Internacional de Cine de San Sebastián nació en 1953, siete años más tarde que la revista FOTOGRAMAS, aunque no comenzó a repartir sus Conchas de Oro hasta 1957. Desde entonces y a lo largo de 71 ediciones, incontables estrellas internacionales, desde Alfred Hitchcock a Michael Fassbender, pasando por Kirk Douglas, Audrey Hepburn o Elizabeth Taylor, lo han visitado dejando anécdotas imborrables.
Es el único festival de Clase A de España, y en la edición de este año, que se inaugura el 23 de septiembre, compite en su Sección Oficial la directora Isabel Coixet, protagonista de nuestro episodio.
‘Amanece que no es podcast’ es un proyecto sonoro de FOTOGRAMAS y Fundación SGAE, presentado por Julieta Martialay, directora de Fotogramas, y Juan Silvestre, director digital.
En este programa también se incluyen las intervenciones de las actrices Ana Torrent y Blanca Portillo y de los periodistas Nuria Vidal, Beatriz Martínez y Manu Yáñez.
Guion y producción: Álvaro Onieva y Antonio Rivera Agradecimientos: Natalia Rodríguez y Flixolé
Transcripción
Es la primera vez que voy a San Sebastián con una película, la sección oficial. El año pasado fui con El techo amarillo, pero era sección oficial, fuera de concurso y esas cosas. Bueno, para mí es una manera como de empezar de nuevo. Y como yo siempre tengo la sensación de estar en la casilla número uno todo el rato y de volver a ella todo el rato. Pero bueno, no sé, San Sebastián me encanta. Me encanta el festival, me encanta el ambiente
y es bonito estar allí. Como la directora de cine Isabel Coixet, cientos de personalidades de la industria audiovisual internacional han viajado y viajan todos los meses de septiembre a San Sebastián para participar en su festival. Directores consagrados y noveles, periodistas de todas partes del mundo, actores con sus representantes y distribuidores en busca de negocios, llenan cada año las salas del Cursal del Victoria Eugenia,
las habitaciones del Hotel María Cristina y el Paseo Marítimo frente a la Concha. Precedido en el calendario por Venecia y Toronto, el Festival de San Sebastián es nuestra joya. Es el único certamen de clase A que tenemos en España y por eso le dedicamos este programa en el que vamos a analizar su trayectoria y contar con invitados que nos ayuden a reflejar cómo se vive su apasionante historia. Somos Julieta Martialay y Juan Silvestre
y esto es Amanece que no es Podcast. El cine ahora se ve en todas partes, en la sala, en la tele, en el móvil, pero seguramente los lugares más especiales para ver películas sean los festivales. El certamen en activo más antiguo es el de Venecia que arrancó en 1932. Casi un siglo después se estima que existen más de 10.000 citas festivaleras en el mundo, aunque no todas son iguales. La élite de la élite son los llamados festivales de clase A
que forman parte de la categoría internacional competitiva reconocida por la Federación Internacional de Asociaciones de Productores de Cine. Y entre los 15 festivales que gozan de esta acreditación están, entre otros, Venecia, Cannes, Berlín, Locarno, Mar del Plata y, por supuesto, San Sebastián. Sin embargo, y curiosamente, en esta categoría no están ni el festival de Sundance ni tampoco el de Toronto,
que sí figuran por su influencia y su olfato a la hora de exhibir películas que luego van a los premios Oscar en la lista los Big Five del mundo. Conseguir colar una película en las secciones oficiales de alguno de estos certámenes no es nada fácil. Y si hay alguien que lo sabe muy bien es precisamente Isabel Coixet. A ver, para un director está claro que tu película vaya a un festival de clase A, es promoción.
Es promoción para la película. Está claro que es parte de un tinglado en el que se habla de las películas que van a un festival y se ignoran otras que, seguramente, a lo mejor son tan interesantes como esas. Julieta, yo te quiero hacer una pregunta. ¿A día de hoy tienen sentido los festivales de cine? Mucha gente puede pensar que como vivimos en un mundo globalizado donde todo se puede ver en todo tipo de pantallas,
no tienen razón de ser. Pero para mí no es que tengan sentido, es que me parecen imprescindibles. Primero, porque los curiosos del séptimo arte tienen la única oportunidad de ver muchas películas que no llegan a las salas de cine. Segundo, porque es un encuentro entre los creadores que ayuda a que directores entren en contacto con productores, con actores, que luego pueden ser vitales para su futuro. Claro, pero luego este tipo de películas más pequeñas
realmente tienen un recorrido más allá del festival, porque hay muchas películas, muchas ediciones que se quedan un poco ahí. Bueno, pero eso ocurre en los festivales como en la propia vida cinematográfica, porque hay películas que se estrenan y quedan ahogadas por megaproducciones llamadas películas evento. O sea, es importante que existan los festivales porque es la oportunidad para lo que se llama
el cine independiente tenga una ventana a la que ir. Pero volviendo a la importancia de los festivales, en este mundo en el que se estrenan a cada rato centenares de productos audiovisuales, pues citas como las de Venecia, Cannes, Berlín y San Sebastián, con una apabullante concentración de primerísimas estrellas en las alfombras rojas, son un escaparate a nivel global que ayudan a que gente de todo el mundo,
cinéfila o no, pues sepa, por ejemplo, que J.Bayona va a llevar a los cines la tragedia de los Andes en la sociedad de la nieve. Una pena este año, por cierto, que la alfombra roja del Festival de Venecia haya estado tan deslucida por la huelga de actores de Hollywood, porque al final, bueno, es una manera de llegar, como bien dices, a muchos medios que de otra forma no darían esa información como más cinematográfica, por así decirlo.
Bueno, pues si te parece, Julieta, podemos pedirle ayuda a nuestro compañero Manu Yañez, que se conoce al dedillo todos los festivales de clase A, para que nos haga un repaso de qué lugar ocupa cada uno dentro de la industria. Diría que cada gran festival tiene su propia personalidad y su propia coyuntura. Cuando empecé a cubrir el Festival de Venecia hace 20 años, la muestra era un certamen que se caracterizaba
por tener una fuertísima presencia de cine de autor europeo y asiático. Pero en los últimos años, debido a la ruptura entre el Festival de Cannes y la plataforma Netflix, Venecia se ha convertido en el gran escaparate internacional de las apuestas de la plataforma de cara a la carrera por llevarse algún Oscar de Hollywood. La competencia entre los grandes festivales para conseguir títulos importantes es grande, sobre todo en el inicio
del otoño, cuando coinciden Venecia, Toronto y San Sebastián. El Festival de Berlín está un poco más apartado, en el mes de febrero, y en los últimos años ha hecho una apuesta fuerte por el cine de autor más radical. Y después, en mayo, está Cannes, que es un monstruo de festival, porque no solo están las películas de las secciones oficiales, sino que allí también se celebra el marché du film, el mercado
del cine, donde se negocian muchísimos acuerdos de ventas que llevarán todo tipo de películas a diferentes partes del mundo. Por suerte, el panorama de festivales es diverso como cambiante. En España no vamos cortos de festivales, y de hecho el calendario de fotogramas siempre está lleno de fechas marcadas con rotulador.
Hay festivales dedicados a la animación, a los documentales, al cine de género, al cine hecho por mujeres, todos pensados para ayudar a los creadores. Y de todos ellos, tres concentran en nuestro país la atención mediática.
Dos son muy veteranos, la Seminci de Valladolid, y el Fantástico de Sitges, centrado en el terror y el fantástico. El tercero, y más joven, es el Festival de Málaga, escaparate del cine español más reciente. La verdad es que son muchas citas de cine, y también de trabajo, porque yo creo que Julieta, que también es interesante contar a los oyentes cómo es para nosotros cubrir un festival.
Pero antes de hablar, nosotros vamos a escuchar a nuestra compañera Beatriz Martínez. Sí, además de cubrir la información diaria, de la crónica, de las películas, tienes que hacer entrevistas y vas tú solo para cubrirlo, la cosa se pone complicada.
Y si lo haces para un diario de información, pues eso, que tienes que sacar todos los días información, todavía más. Bueno, como te comentaba, Julieta, yo creo que hay que explicar también que para la prensa no es tan glamuroso, ni tan bonito, ni tan divertido, cubrir un festival.
Es muy común ver, bueno, pues a compañeros escribiendo en cualquier lado, en una escalera, en el suelo, en un portal, comiendo poco, durmiendo menos, ¿no? Totalmente. De entrada la palabra para definir voy a un festival, a cubrir un festival, es agotadora, porque hay días en los que empiezas a ver películas a las 8 de la mañana y a las 12 de la noche estás en la última sesión.
Te olvidas de la palabra comer. Está el estrés de que el visionado de una película no te coincida con la entrevista con el actor o director del film que viste el día anterior. Si tienes que informar diariamente es necesario priorizar, porque si no estarías en un non-stop perpetuo. La satisfacción, porque a ver, no somos masoquista, es que accedes de tú a tú a directores pues como Cronenberg, Oddson, Francis Ford Coppola, Agnes Bagdad, y luego, claro,
si tienes fuerzas y eres joven, están las fiestas que se reparten por toda la ciudad en San Sebastián. Es fiesta pura donde departes con las estrellas o también te puede ocurrir que como no has comido, que si te reservas la cena pues que vas a cenar y en tu mesa izquierda está Fernando Trueba y a tu derecha tienes a Pedro Almodóvar. Bueno, y luego también está que yo parece que estoy solo sacando lo malo de los festivales y no, yo he estado
mucho en el de Málaga, por ejemplo, anotando en el de San Sebastián y es maravilloso, intento volver cada año, pero quería apuntar también el tema desde que importan tanto las redes sociales, esto ya se multiplica por mil, porque todo es susceptible de ser publicado en cualquier momento, haya estrella o no, que están estrenando una alfombra te hago un reel, ya es como la locura máxima.
Es lo que decíamos antes del non-stop, lo que pasa es que tú piensas que esto ha sido así siempre, solo que ahora es más inmediato, antes era más pedestre, o sea, quiero decir que tenías la máquina de escribir a la que había que ir, el fotógrafo que tenía que enviar las fotos del momento a la redacción, o sea, es un sinvivir, es un sinvivir. Bueno, y cómo sería o cómo es ir a un festival para un director? ¿Se va tranquilo, se pasan nervios por lo que pueda
decir la prensa de su última película? Yo he pasado por todo, he pasado por ir sin ninguna expectativa y llevarme grandes y bonitas sorpresas, recuerdo mis primeras películas haber ido a festivales, en lugares inotos y aislados, y de repente conectar con una gente que no sabe nada de ti, que no sabe, no tiene nada de contexto de la película, y de repente ves que eso funciona y eso la gente lo entiende y conecta y es
muy bonito. También me he llevado grandes disgustos, pero bueno, yo creo que todos los directores del mundo hemos pasado por ello. Y bueno, yo creo que en este momento es una especie de peaje que ha tomado una relevancia realmente quizá excesiva porque evidentemente hay ciertas películas que no se verían si no fueran un festival y en ese sentido sí que creo que tienen un gran papel. Hay dos momentos difíciles o impactantes
que han quedado en mi memoria. El primero fue el año 1999 cuando se inauguró el Cursal. El festival crecía, se hacía mayor y se trasladaba de su vieja y entrañable sede al Teatro Victoria Eugenia, al nuevo edificio diseñado por Moneo. Fue una tortura.
El edificio no estaba concebido para ser una sala de cine. No había cabina. Esta fue la más grave pero no la única, pegada a un edificio que fue una auténtica catástrofe en sus dos primeros años. El otro momento terrible fue el 2001. A finales de agosto moría inesperadamente Paco Raval, premio Donostia de aquel año. Fue un golpe que no nos dio tiempo a superar porque el 11 de septiembre, el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York lo trastocó
todo. Julie Andrews y Warren Beatty, que tenían que venir a recoger un premio Donostia, suspendieron el viaje y no fueron los únicos. Ese año un velo de tristeza flotaba sobre el festival que a pesar de todo se celebró lo mejor que pudimos. Paco Raval murió de hecho cuando volvía en avión de recibir un homenaje en otro festival de cine, el de Montreal. Aquel septiembre de 2001 fue Liberto Raval quien recogió el
premio Donostia de su abuelo y la entrega convirtió el cursal en otro homenaje póstumo a Paco. Quien recuerda esta historia es Nuria Vidal, periodista histórica de fotogramas que ha cubierto el Festival de San Sebastián durante décadas.
Como esas anécdotas, hay muchas otras. El Festival de Donostia nació en 1953, siete años más tarde que nuestra revista. Aunque no obtuvo la acreditación de Festival Competitivo hasta 1957, cuando empezó a repartir las primeras conchas de oro. Desde entonces, por ahí han pasado prácticamente todas las grandes estrellas. De hecho, nuestro primer embajador en el mundo fue Kirk Douglas, que llegó al festival en 1958
y que además de presentar la película Los vikingos de Richard Fleischer, cocinó merluza en Gasteruide. Otro de los visitantes más célebres de su historia fue Alfred Hitchcock, que estrenó Mundialmente vértigo en la edición de 1958. San Sebastián fue también escenario en 1977 del estreno europeo del primer título de la Guerra de las Galaxias. Un hito que fue polémico, porque entonces los festivales de ese tipo
no llevaban películas de cine sino de película. Y allí fueron a presentarla los jovenzuelos Harrison Ford y Carrie Fisher. Pero volviendo a Hitchcock, el genio aprovechó para pasar cuatro intensos días de julio recorriendo el País Vasco con su esposa, la guionista Alma Revill, perseguidos en todo momento por periodistas y fotógrafos. También merece la pena recordar aquella ocasión en 1973 cuando Elizabeth Taylor
llegó al aeropuerto donde arribía horas antes de la proyección de su película, pero le habían perdido el equipaje. Tuvo que improvisar un sari que se volvió icónico y con el que pisó la alfombra una hora más tarde, para enfado de los asistentes. Taylor dijo, entiendo lo que me gritan, pero lo que quedará para la posteridad será mi sonrisa. Otra musa fue la mítica Gloria Swanson, que fue la estrella que inauguró una costumbre
que hoy se mantiene entre los donostiarras, la de ir a la caza de autógrafos. Entre las bambalinas de San Sebastián está la persecución de Luchino Visconti por los pasillos del Hotel María Cristina a Elmulberger. Kim Novak eligió San Sebastián como parada de su luna de miel con el actor Richard Johnson y dejó sin palabras al mundo con un modelazo de Pedro Rodríguez de seda y oro.
Para recordar mi relación con el Festival de San Sebastián lo mejor es remontarme a 1985, cuando fui por primera vez. Llegué en tren en la madrugada del día de la inauguración y arrastré mi maleta desde la estación hasta la plaza de Okendo, donde estaban las oficinas de acreditación que, por supuesto, estaban cerradas.
Esperé sentada en un banco a que se decidieran abrir. Me habían dado una habitación en el Hotel San Sebastián. Yo entonces no sabía que ese hotel estaba lejísimo y pretendí ir andando. La chica que me dio la acreditación me desaconsejó hacerlo y me sugirió que cogiera un taxi. Ese fue mi primer hotel en San Seb. Yo creo que menos a Cristina los he utilizado todos. Las proyecciones se celebraban en el Teatro Victoria Eugenia,
un espléndido teatro romántico un poco incómodo para ver varias películas seguidas. Los pases de prensa de la sección oficial eran por la mañana y por la tarde íbamos al teatro principal donde se proyectaban las películas de Sabaltegui, siempre presentadas por un señor con barba al que todo el mundo llamaba notario o por un jovencito delgado con bigote y poco pelo que hacía comentarios muy divertidos.
Entonces no los conocía pero José Ángel, el guerrero velar del notario y José María Arriba iban a ser muy importantes en mi futuro personal y profesional. Había tres bares diferentes para encontrarse con la gran familia del festival según la hora del día. Por la mañana temprano, antes de entrar a la primera película, el lugar era el Tanger un bar tradicional y entrañable donde se podía desayunar en amplias mesas de mármol.
Al salir de la segunda proyección y antes de ir a comer la cita era en el Guría, un antiguo café situado en la esquina del edificio del teatro Vectore Eugenia. A partir de las 8 de la noche, si querías ver a alguien, lo mejor era acercarte al bar del Hotel María Cristina. Allí siempre había gente para hablar porque en San Sebastián se habla tranquilamente. Nunca ha sido un festival de prisas, carreras, urgencias o estrés.
Al contrario, tan importantes son las películas como las personas. Por suerte, en eso sí que no ha cambiado. Qué maravilla escuchar siempre a Nuria Vidal cómo cuenta las cosas, qué capacidad tiene de transmitir y qué gran narradora es. A mí me interesa saber, porque solo he estado una vez en San Sebastián este año es mi segunda vez pero bueno, yo sé que tú lo has cubierto con calcetines. Entonces me interesa mucho saber
cómo fue tu primera vez en San Sebastián y bueno, explica esto de los calcetines a los oyentes, ahora que lo has dicho ya lo tienes que contar. A lo que me refiero es que yo era lo que ahora se entiende como una becaria y entonces pues nada, no se les ocurre otra cosa más que enviarme al festival de San Sebastián y lo recuerdo como algo abrumador y emocionante. Por un lado, tengo el recuerdo de una sala de prensa inmensa
en la que estaban escribiendo sus crónicas, tótems del periodismo cinematográfico como Ángel Fernández Santos o Carlos Bollero. Precisamente él se sentaba en una mesa justo delante de la mía y detrás tenía siempre a Jorge Berlanga que hacía las crónicas para ABC. Todos los días teníamos el mismo sitio papapapa ahí tecleando. Una anécdota fue que un día de estos, durante el festival, yo ya había
terminado mi crónica, hice el gesto de levantarme y me tocó el hombro Jorge Berlanga y me dijo por favor, espera un segundo, no te vayas, que tú nunca me inspira. Eso me dejó muerta y ahí me quedé sentadita. Tuviste que sentarte todos los años en el mismo sitio. Ese hombre escribía su crónica inspirados en tu nuca, claro. Fue muy grande.
Tengo un grandísimo recuerdo de él. Luego también tengo dos momentazos. Uno fue mi primera entrevista que iba a ser Rayliota. Yo entro en la habitación de María Cristina, le tenía que entrevistar y me recibió tumbado en un sofá con cara de pocos amigos y me dijo literal, tú eres la que me va a fastidiar la siesta. Eso fue muy grande. Le dijiste tú, pues mira, sí. Dije sí, porque es que yo lo que tenía claro es que tenía que salir
sí o sí con la entrevista. Pero creo que fui capaz de metérmelo en el bolsillo porque me llevé la entrevista. Y luego un momento inolvidable no solo para mí sino para muchísimos es la bajada de Robert Mitchell por las escaleras de María Cristina. Nunca un hotel tuvo un silencio más espectacular.
Carisma imborrable. Podrías escribir un libro tú también, con todas tus anécdotas. Has contado estas, pero hay muchas más. Bueno, volviendo a nuestra compañera Nuria, es muy interesante también recordar que ella no solo fue a San Sebastián como periodista, sino que también trabajó como miembro de la organización. Fui a San Sebastián como profesional muchas veces entre 1985 y 1997. En 1998 ya fui como miembro del comité de dirección del festival.
Yo era la única mujer que había en ese comité. El trabajo en un festival es mucho más que las películas. Hay un montón de cosas que no se ven, pero son indispensables. Desde mi primer año en el comité me encargué además de buscar y seleccionar películas, de organizar el departamento de prensa, mejor dicho hacerlo crecer, porque organizado ya estaba.
Fue una tarea muy estimulante de la que estoy muy contenta. A pesar de los cambios tecnológicos muchas de las cosas que empezamos entonces siguen aún vigentes y funcionando. En cuanto a la selección de películas, en esos años finales de los 90 y primeros 2000 no había Lynx, ni Vimeo, ni nada. Había que ver las pelis en pantalla y lo normal era ir a visionarla en los distintos países.
José Luis Rebordinos, Alfredo Nugel y yo hicimos un equipo que recorría Austria, Alemania y Holanda todos los meses de junio para seleccionar películas. Fueron viajes muy divertidos y muy interesantes. Y si Nuria puede aportarnos esta visión de cómo se organiza un festival, Isabel Boixet, además de como directora seleccionada, ha participado en varias ocasiones como miembro del jurado. Un jurado, según los colegas que te toque, realmente
puedes pasarlo muy bien. Puedes reírte mucho, puedes intercambiar muchos chismes y también puedes pasarlo muy mal. He sido jurado de San Sebastián también y recuerdo que además fue una enorme suerte porque la presidenta del jurado de San Mogó, Bruno Gans, también estaba en el jurado y fue bonito compartir esto con ellos y conocerles. Recuerdo también cuando estuve de jurado en Berlín, aquello fue una pesadilla.
Luego he estado de jurado en festivales donde algún miembro del jurado no ha salido cada noche y ha llegado tarde a todas las proyecciones y prácticamente no ha visto ninguna película y luego ha querido votar. Esto también lo he vivido. En Cannes, el jurado de La Caméga d'Or, la ópera prima con Agnès Varda también fue muy enriquecedor. Un poco duro porque claro, solo teníamos, vimos muchas películas y solo le podíamos
dar el premio a una. Para mí ir a de jurado a un festival es la oportunidad de ver muchísimas películas, a veces es agotador, pero es una experiencia muy enriquecedora. Estamos hablando un poco de las luces del Festival de San Sebastián a lo largo de su historia, pero es cierto que es un certamen que también ha tenido sus sombras. Sí, ha tenido sus luces y sus sombras. Lo que pasa es que ha tenido una capacidad increíble
para remontarlas todas. Es que no olvidemos que el Festival de San Sebastián ha sido testigo de la historia, no solo del cine, sino de la historia de España. Durante la época más duradeta, en los inicios, por ejemplo, estaba mal visto acudir a las galas vestidos de fiesta. Era habitual también, pues, yo recuerdo, de hecho, no ir a la zona vieja porque veías a la archancha que estaba ahí y entonces decías
hoy hay una manifestación, mañana hay otra, no pasa nada, aprendías a convivir con ello. Luego también hubo una época en la que los directores españoles se resistían a ir. ¿Por qué? Pues porque los críticos no tenían piedad con sus películas y entonces no querían arriesgarse a empezar la promoción con reseñas negativas a saco. Afortunadamente, esto ya queda atrás, pero sí que es verdad que durante mucho
tiempo tenían prejuicios para ir allí. ¿Y esto por qué pasaba? ¿Por qué los críticos eran tan, crees tú, que eran tan bestias con las películas españolas? No es que sea una cosa de los críticos, es que los españoles somos así con todo lo nuestro.
Bueno, Julieta, y otro de los problemas, por llamarlo de alguna manera, de los que se suelen comentar es que es la fecha en la que se celebra el festival, que viniendo después de Venecia y de Toronto, pues tiene un poco difícil quizá llevarse grandes títulos, que se los han quitado antes.
De hecho, no siempre se ha celebrado en este mes, ¿verdad? No, no. El festival de San Sebastián empezó celebrándose en el mes de julio. Y sí que es verdad que el crecimiento de Venecia y sobre todo el crecimiento de Toronto hace que grandes películas internacionales no puedan ir por primera vez a San Sebastián.
Es por eso que la gente piensa si sería bueno adelantarse, ganarles por el mes, para que de alguna manera San Sebastián recobre grandes nombres que los tiene, pero no en sección oficial. Y que puedan utilizar la sección oficial para que compitan grandes figuras internacionales. Sí, de hecho, la sección Perlac es siempre una de las más potentes del festival. Exacto.
Lo que pasa que son perlas de otros festivales. Pero, claro, esta es una polémica. ¿Iría bien? ¿Iría mal? Nunca se sabe, porque a la hora de cazar películas hay mucha historia en los festivales. Venecia fue el festival en el que se presentó la vida secreta de las palabras de Isabel Coixet.
Y Nadie quiere la noche, abrió la Berlinale en 2015, donde la catalana también participó, con cintas como Elegy o La librería. Su último trabajo, Un amor, la llevará a San Sebastián. Coixet hace suyo el libro de Sara Mesa para elaborar un relato fílmico sobre el deseo femenino, a través de la historia de Nad, una mujer que se muda a un pueblo rural, interpretada por Laia Costa, y recibe una propuesta sexual insólita, por parte de su vecino,
al que da vida, Jovic Keuchkerian. Bueno, la primera vez que lo leí, lo leí en media tarde, lo devoré, como todas las cosas que escribe Sara Mesa, que me fascina. Y no sé, fue como un puñetazo. Y la segunda vez, la segunda vez sí que empecé a ver a ver una película. Pero fue la segunda vez, la primera me impactó. Y ese impacto hizo que quisiera volver a leerlo. Primero hay una atmósfera malsana, que me encanta.
Luego hay un personaje femenino Nad, que bueno, yo siento que he sido Nad en algunos momentos de mi vida. Imagino que de una manera subterránea todavía lo soy. Y sí que tuve una, no sé, igual que con el personaje de Florence Gray de la librería, sí que tuve una gran, no sé, me identifiqué muchísimo con el personaje. Las roteras van a ir a más. Yo puedo arreglarte el tejado a cambio de que me dejes entrar
en ti un rato. Bueno, el proceso de hacer la película, desde el libro hasta la película, pues apasionante. Porque además de esa cosa hipnótica que tiene el libro, está también la posibilidad de explorar otras cosas. De a partir de una novela que admiras, realmente llevarla a tu terreno. Y eso es siempre, para mí, desde luego, siempre apasionante.
Un Amor es sin duda uno de los títulos más llamativos de este festival de San Sebastián. Y yo tengo que decir, Julieta, que ya la he visto y la defiendo. A Muerte para mí es un 10. Es una adaptación absolutamente maravillosa. Era muy difícil adaptar ese libro, que a mí me gustó mucho.
Y creo que transmite la misma atmósfera, la misma angustia que transmitía la autora en las páginas del libro. Estoy de acuerdo contigo, pero es que además, bueno, ya sabemos, ya Laia Costa nos ha demostrado su eficacia interpretativa, pero el que está creciendo de una manera grandiosa es Jovic, que yo creo que esta interpretación gigantesca sin duda le va a afianzar ya como uno de los grandes intérpretes de nuestro país. Y por supuesto, otro de los
enormes momentos de este año será La Vuelta a San Sebastián de Víctor Erice. El cineasta recibe el premio de honor y además proyecta su nueva película, Cerrar los ojos, coincidiendo con el 50 aniversario del Espíritu de la Colmena, que ya ganó la Concha de Oro en 1973. Buenos días, don José. Buenos días, don José. Pobre don José. ¿Quién lo habrá puesto así? ¡Usted, don José! Maravillosa el Espíritu de la Colmena
y maravillosa también Cerrar los Ojos. Tenemos también a la actriz Ana Torrén, que recuerda a que ya ha visitado Nosti hace ya medio siglo. A ver, al festival he ido varias veces a lo largo de estos años, pero de esa primera vez tengo recuerdos, a veces también de fotos que he visto, no todo lo recuerdo, pero sí recuerdo como ese mundo de fantasía, de magia, muy abrumada también por todo eso, por toda esa gente,
por todas esas miradas, esas fotos. Recuerdo subiendo las escaleras del cine. Luego también tengo recuerdos de cosas que me han contado, que me contaba Crejeta. Fue todo muy bonito. Es verdad que no tengo la conciencia de lo que estaba representando y lo que estaba pasando. Lo veo más como el mundo de fantasía. ¿Cómo cambia la carrera de un actor o una actriz cuando recibe la Concha de Plata? Nos lo cuenta Blanca Portillo,
que recibió el premio en 2007 por Siete Mesas de Villarfrancés. La verdad es que cuando recibes la noticia de que te han concedido la Concha de Plata, te timblan las piernas y el suelo se mueve bajo tus pies. Yo reconozco que no me lo creía cuando me lo dijeron, pero que no me lo creía que pensaba que era una broma. Creo que es un premio importantísimo porque creo que el Festival de San Sebastián es uno de los festivales de cine más importantes
del mundo. Creo que de alguna manera pasas a formar parte de una galería de personas afortunadísimas de las que yo me cuento y a veces no me lo creo. Sobre todo creo que a mí me afectó más personalmente que profesionalmente. Sé que tiene un valor muy grande, pero personalmente me conmovió, no me lo podía creer. Yo tuve la mala suerte de que cuando me lo concedieron estaba haciendo teatro, entonces no pude ir a recoger
la Concha de Plata, que fue una cosa tremenda, la verdad, porque creo que no es una cosa que te vaya a pasar dos veces en la vida. Entonces, bueno, lo recuerdo con mucha emoción porque lloré mucho en el camerino cuando me lo dijeron y por fin me lo creí porque quien dirigía en ese momento el teatro en el que estaba trabajando puso un cartel en la taquilla diciendo hoy la actriz ha recibido la Concha de Plata
pero está aquí haciendo función y creo que la gente le dedicó un aplauso muy cariñoso y valoró de alguna manera que estuviera allí y no en San Sebastián. La labor de SGAE también tiene que ver con los festivales de cine. Además de gestionar los derechos de autor de los creadores de las películas, la sociedad colabora con las principales citas cinematográficas para apoyar la promoción nacional e internacional de nuestro audiovisual.
SGAE está presente en numerosísimos festivales de cine. Nos puedes encontrar en San Sebastián, en Málaga, en Seminzi, en Silches, incluso en Cannes hemos estado, siempre con acciones de promoción y desarrollo que realizamos a través de la Fundación SGAE, teniendo unos objetivos claros. Primero, el más importante, promocionar la obra de los socios y las socias de SGAE en territorio nacional e internacional.
¿Cómo lo hacemos? Pues les damos visibilidad con espacios propios de exhibición. Por ejemplo, ahora que se va a celebrar el Festival de San Sebastián, pues con la sección no competitiva Made in Spain o con la entrega de premios propios que también otorgamos dentro de estos certámenes. Luego, creamos espacios de conexión, lo que se conoce como networking, para ayudarles a desarrollar sus proyectos y sobre todo para hacerlos viables.
Generamos discusiones en torno al futuro del sector, organizando jornadas de debate y mesas redondas a las que invitamos a grandes expertos y analistas del medio. Y otro objetivo del que hablábamos antes, el de los premios, para reconocer el talento de nuestros autores y nuestras autoras.
Un ejemplo, el premio Julio Alejandro, que ofrece 20.000 euros para poner en pie el guión de un ganador. Y otro que nos encanta, dedicado a los talentos emergentes, los Nova Autoria en Sitges, que exhiben piezas del alumnado de las Escuelas de Cine de Cataluña.
Bueno, pues son solo algunos ejemplos porque hay muchísimos más. Y por último, una piedra angular de nuestra actividad, la conquista de la igualdad de derechos, también con la organización de mesas redondas o foros sobre la mujer en la industria del cine.
Por ejemplo, en Sitges el Woman in Fun, sobre la mujer y el cine fantástico. O la entrega del premio Dunia Ayaso en el Festival de San Sebastián, que es un premio más discretito, pero que nos encanta, porque reconoce la película que mejor retrata la mirada de género del último año. Recuerdo que en un festival de Cannes de hace muchos, muchos años, vi una película que me fascinó. Me fascinó tanto que quise conocer al director
y era Safe de Todd Haynes. Me fascinó. Me pareció una película maravillosa y fui y me quedé para felicitar a Todd Haynes y a Julia Moore, cuando todavía no eran ni Todd Haynes ni Julia Moore, las figuras que conocemos.
Y fue muy, muy bonito. Julieta, ¿tú de qué película te has enamorado en un festival? Pues enamorarme hasta hacer el ridículo fue El bola de Achero Mañas. Fue una película que me tocó emocionalmente de una manera brutal. Empaticé tanto con aquel Juan José Ballesta de ojos heridos, que salí de la sala llorando, no lagrimillas, sino de berrinche y de hipidos.
Y el problema es que inmediatamente después tenía que entrevistar a Achero Mañas. Y entonces tuve que pedirle que por favor me dejase cinco minutos antes de la entrevista porque estaba desconsolada con el tantísimo dolor que me había provocado la película. Y Achero Mañas me abrazó. Qué maravilla. Qué bonita historia.
Pues mira, a mí me pasó con Alcarrás. Yo la vi en el Festival de Málaga y recuerdo que era un pase a las ocho de la mañana. Había dormido poco y claro, de repente el plan era como madre mía, a las ocho de la mañana a ver Alcarrás. Bueno, pues me pegué el viaje de mi vida con esa película y salí absolutamente fascinado.
Una de las experiencias más bonitas que he tenido en un festival. Te dejó despierto ya para el resto del festival. Totalmente. Absolutamente, sí. Decíamos al principio que cada mes de septiembre la ciudad de San Sebastián se llena de cientos de personas cuyo nexo común es el cine. Y quizás eso, el factor humano, es una de las cosas más bonitas de un festival. Tanto como las imágenes proyectadas sobre la pantalla. Yo creo que lo que siempre me llevo
más de los festivales es estar con los compañeros. Es un punto de encuentro en el que puedes estar con ellos. Hay momentos que estás muy estresado, vas de un lado para otro, pero hay otros que también puedes relajarte, tomarte algo con personas a las que no sueles ver habitualmente. Y a mí me gusta mucho.
Los festivales pueden seguir siendo un espacio para la reflexión crítica más sosegada. Son para mí una oportunidad para dialogar sobre algunas de las películas más importantes del año con otros críticos y críticas. En los festivales, en paralelo a la dimensión mediática, que quizás es la más visible, sigue perviviendo con mucha fuerza la idea de pensar el cine como arte. Como un arte que nos puede ayudar a comprender el presente.
Porque Sánchez es un festival especial. Junto con Berlín, son los dos únicos grandes festivales en los que los profesionales conviven con el público. Pero en Sánchez, además, aún te puedes encontrar con sus invitados en cualquier esquina.
El festival ha crecido mucho. Se ha convertido en un festival de referencia, pero San Sebastián sigue siendo un festival humano como lo era cuando yo empecé a ir hace ya 38 años. Siempre es interesante y estimulante leer y escuchar a quienes asisten a los festivales, a los que saben sobre cine y lo sienten. Pero, como todo en la vida, sin exagerar.
Yo recuerdo películas que han tenido críticas atroces y luego le han gustado al mundo, o películas que en su momento recibieron súper premios y hoy las ves y dices hola, ¿esto qué es? Creo que también esta cosa de los premios de honor y a mí por edad ya me están dando unos cuantos. Yo siempre digo una cosa, es mucho mejor que te los den cuando todavía puedes hacer alguna broma en el discurso. Es que todo esto de los
festivales y los premios, en realidad, es que no hay que tomárselo tan en serio.