Los que fuimos alguna vez inmigrantes sabemos que (tarde o temprano) vamos a tener que sacar un pasaje urgente, y vamos a viajar doce horas en avión con los ojos desencajados, para ir al entierro de uno de nuestros padres, que se ha muerto sin nuestra cercanía.
Es un asunto horrible que les pasa a todos los que viven lejos de su casa. No se salva nadie. Yo viví quince años en España, y me acuerdo (como si fuera hoy) de la madrugada del año 2008 cuando sonó el teléfono a las cuatro de la mañana.
—Hola. ¿Mamá? ¡¿Mamá?! ¿Qué pasa?
—Tenés que venir, Hernán.
—¡¿Qué pasa?!
—Papá se muere… tenés que venir.
—Escuchame, ma, ¿pudiste ver vos cómo se muere?
—Accidente de auto, mañana viernes…
—¿De día o de noche?
—De noche… Dale, gordo. Tenés que venir a despedirte.
—No te preocupes, mamá. Voy.
La conversación que tuve con mi mamá, dicha así, parece rara, ya sé. Parece rara. Pero no es rara. Desde que soy chico, mi mamá siempre se anticipó a las tragedias. Siempre.
Puedes descubrir más historias de Hernán Casciari...
en su canal de YouTube
en la web de la revista Orsai
y puedes seguirle en twitter.