Fue a través de los dibujos de los niños como se conoció la verdadera masacre y desgracia del campo de concentración de Terezín, un campo instalado por los nazis a las afueras de Praga que llegó a ser llamada “la sala de espera de la muerte o del infierno”, ya que quieren recalaban ahí tenían un triste destino: Auschwitz. Una mujer, Friedl Dickers Brandeis, dedicó su tiempo, clandestinamente, a enseñar a pintar a los niños que tuvieron que pasar por Terezín y vivir esa barbarie. Lo hizo como terapia evasiva: que los niños olvidasen la situación que estaban viviendo y lo hizo de dos maneras. Por un lado, recordando los momentos felices de los que habían sido privados y por otro, retratando las barbaries que estaban viviendo.