El 10 de mayo de 1508 Miguel Ángel Buonarroti, unos de los genios del Renacimiento, iniciaba la pintura de los frescos de la Capilla Sixtina en Roma. Una obra de unas dimensiones inmensas que realizó entre 1508 y 1512, año en el que el pintor desveló al Papa Julio II el resultado final, unos frescos sobre la bóveda de la Capilla Sixtina, una de las obras más importantes de la historia del arte universal.
Para conseguir este logro Miguel Ángel tuvo que montar sus propios andamios, una estructura que permitiese pintar a esa altura y que, además, habilitase un espacio para trabajar cómodamente cerca del techo. Tras varias pruebas fallidas, Miguel Ángel diseñó un andamio basado en el modo de contruir puentes de la antigua Roma. Además, se enfrentó a la técnica pictórica del fresco, que no permite errores ni vuelta atrás y exige trabajar rápido antes de que se seque la pintura.