El Día de la Masacre

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21 de junio de 1993. Madrid. Siete hombres iban en una furgoneta del Ejército del Aire, en plena hora punta. A las 8:15, estalló un Opel Corsa cargado con 40 kilos de amosal al paso del minibús, en la calle de Joaquín Costa, 61, justo a la salida de la glorieta de López de Hoyos. Murieron los siete.

Créditos y agradecimientos:

- Corte de radio: Emisión de Antena 3 Radio del 21 de junio de 1993. Programa "El Primero de la Mañana", dirigido por Manuel Marlasca.

Música del episodio:

- Melancholic Piano, de Plaincask.
- Pablo´s Theme, de David Burnett.
- Música adicional de Kay Engel.

Las Tres Muertes de mi Padre es una producción independiente de CUONDA.

- Producción: Ana Ormaechea, Ángel Jiménez de Luis, Pablo Juanarena, Luis Quevedo y Pablo Romero.
- Montaje y postproducción: Pablo Juanarena.
- Diseño: Salugral Adriana, David Domínguez, Juan Peces.
- Guión: Pablo Romero.
- Dirección: Pablo Romero.

Estudio de sonido: Robinaudio. http://www.robinaudio.com/
Voces y grabación: Miguel Ángel Pérez.
Voz adicional: Fernando Herrán.

Transcripción

Son las 8 de la mañana, las 7 en Canarias. El primero de la mañana. Antena 3. El día que mataron a mi padre, yo tenía un examen de física. Estaba en tercero de BUP. Tenía 17 años. Fíjate que creo que fui yo el último de mi familia que vio a mi padre con vida. Entró en mi habitación para pedirme prestado en Bonobús. Esa noche, mis padres se iban de cena y habían quedado en casa de mi abuela para cambiarse.

Recuerdo que me molestó que me despertase de madrugada para esa tontería. El pobre me deseó suerte para el examen. Y esa fue la última vez que vi a mi padre, a contraluz, en la puerta de mi cuarto. Esa fue la última vez que escuché la voz de mi padre. 21 de junio de 1993, Madrid. Siete hombres iban en una furgoneta del Ejército del Aire en plena hora punta. A las ocho y cuarto estalló un Opel Corsa cargado con 40 kilos de amonal al paso del minibús en la calle Joaquín Costa 61,

justo a la salida de la Glorieta de López de Hoyos. Murieron los siete. La explosión, activada con un mando a distancia, fue tan violenta que algunas partes del minibús, incluido restos humanos, aparecieron sobre el paso elevado que cruza esa plaza. Una hora más tarde, otro coche, usado por los asesinos en su huida, explotó en la calle Serrano 83, cerca del primer ataque. Los terroristas usaron un temporizador en esa ocasión.

Era un Ford Fiesta Rojo. Mi madre recuerda casi al minuto cómo vivió el día en que se quedó viuda, sola, a cargo de cuatro hijos. Mi padre aquel lunes se levantó de muy buen humor. Coincidió que se iba y me dio un tirón, me cogiese los dedos gordos de los pies, porque era el 21 de junio, quiere decir que hacía calor y salían los pies por debajo de las sábanas, claro, y al pasar me dio un tirón y me dice, muchas gracias, esa sensación nunca la olvidaré.

Entonces yo ya, pues, todo el mundo a los colegios, a lo suyo. Yo había quedado en ir a la peluquería cuando me entero por la radio, porque yo oigo muchísimo la radio, que había un atentado en Madrid. Y dije, pobrecito, gracias a Dios, un padre nuestro, porque qué horror. Y nada, y estuve oyendo y oyendo y oyendo. No me fui a nada, a ningún sitio, porque estaba ya con una intriga. Digo, pero ¿qué pasará?

Empecé a ponerme nerviosa y llamé a Madrid. Cuando yo calculé que tu padre tenía que estar en su trabajo, llamé al trabajo. Me dijeron que no había llegado. Entonces llamé a Cocheras, donde tenían que meter el coche que yo conocía, alguna vez había ido en ese autobusito, ¿no? Me dijeron que tampoco había llegado. Y digo, bueno, pues si no ha llegado y esta metiese un atasco, yo creo que Juan ha bajado del autobús, ha cogido un taxi y se ha ido al trabajo.

O andando incluso, porque no estaba tan lejos. Y volví a llamar al trabajo y hablé con los compañeros y me dijeron que el general había ido a informarse. Entonces cuando yo me puse yo, digo, pero lo decís tan tranquilos. Si no sabéis nada de Juan. Y entonces pasó la mañana, me llamaron mi familia a ver qué pasaba. Yo dije, colgar, colgar, porque si me tienen que dar alguna noticia tiene que estar el teléfono totalmente libre.

Y entonces fue cuando apareció un grupo de gente. Primero una amiga mía vecina y me venía con unas pastillas en la mano y detrás el general y compañeros. Y digo, no me des ninguna pastilla porque me estoy pensando ya lo que está pasando. Es un momento muy malo para todos y una noticia muy desagradable que me vais a dar. Pero no quiero tomar nada. Me dieron todos un abrazo y no me dijeron nada. Me abrazaron y ya con eso dijeron todo lo que tenían que decir con ese abrazo.

Entonces yo ahí estuve bastante fuerte porque no me hacía la idea de lo que me estaba pasando. Yo vivía con mi familia en la colonia de aviación de Alcalá de Henares a unos 30 kilómetros de Madrid, en el medio del campo. Son unos bloques de viviendas feísimos alrededor de una carretera que completa una vuelta. No había vallas ni protecciones, pero habíamos tenido durante años vigilancia de policía militar.

Y a todos nos parecía normal mirar debajo del coche de vez en cuando. Teníamos normalizado que en cualquier momento alguien podría sabotear uno de los autobuses militares que se encontraban aparcados en la misma colonia. Vivíamos las amenazas de muerte como algo cotidiano asumido, ¿no? Aquel día me enteré de que había habido un atentado al llegar a mi colegio por la mañana. Todos pensaban que había sido atacada una furgoneta de la Armada.

Todo el mundo estaba indignado, yo también, pero ni se me pasó por la cabeza de que aquella lotería me había tocado a mí. De verdad que estaba nervioso por el examen y punto. El Morales, mi profesor, me animaba a terminarlo mientras veía a mis compañeros que iban saliendo del aula, uno a uno, y él me decía, venga, que esto te lo sabes. Él ya sabía la verdad y me obligó a permanecer ahí hasta que me quedé solo.

Yo es que no me explico aún cómo todo aquello me parecía normal. Cómo también me parecía normal que mi tía vea lo que estaba pasando. Cómo también me parecía normal que mi tía Rocío llegase para recogerme y llevarme a casa de mi madre. Algo que jamás había pasado antes. Yo estaba en la luna, tan contento porque las vacaciones de ese verano empezaban ese día. Mi tía y yo llegamos a una gasolinera de la Nacional 2 para comer un bocadillo.

Había una tele que estaba puesta a todo volumen y claro, la noticia era el doble atentado, pero ni me enteré. Luego supe que mi madre le había dado a Rocío instrucciones muy específicas. Quería contármelo todo ella, que nadie me lo dijera antes. Y quería que comiese algo. No me explico aún cómo lo consiguió Rocío. Llegamos a casa, todo estaba lleno de gente, las escaleras, el rellano, había una humareda de tabaco enorme.

La puerta estaba abierta de par en par. Todo el mundo me miraba. Y yo, en la parra, seguía sin parecerme extraño. En realidad, yo fui el último en enterarme de lo que pasó. Tú te enteraste porque tú llegaste a casa mamá, mamá, mamá, y papá, y papá. Tengo que decirle que he hecho un examen estupendo. Tengo que decírselo. Digo, si tu padre no está. ¿Cómo que no está? Tiene que estar. Que no, que no, Pablo, que no está tu padre.

Vamos a este cuarto, vamos a un cuarto. Te voy a explicar la cocina. Papá no está. Papá, ya te contaré, pero no está. Ha habido un atentado y le ha pillado a tu padre. Yo decía, pues es que no está. Es que todavía yo ni lo sé. Pero tu padre no está. No quería decirte más, no quería dramatizar más la historia. Yo, mi obsesión, es que vosotros no habéis visto un drama muy grande que no me hubiese derrumbado.

Es que yo, en un momento, que fue totalmente automático, me hice una composición de lugar y dije, bueno, esta gente, que ni pregunto por qué lo ha hecho, ni me interesa que me expliquen nadie nada, no está mi marido, y eso es lo peor. Pero lo que quería era que no tuvieran, no darle la razón de decir, otra viuda que hemos hundido en la miseria, un drama nacional, no sé qué. No, no, yo quería pasar desapercibido.

Quería asumir, asumir lo que me pasó, asumirlo, y aprender a vivir con... Que eso no se aprende nunca, como siempre digo. Pero claro, es muy complicado. Es que explicarlo yo, lo entendemos las viudas. Pero es que esa fortaleza ante una situación tan límite, tan tremenda, como el asesinato de un marido o de un padre, pues esa fortaleza que algunos nos autoimponemos, tiene un límite. No sé por qué llegó mi hermana a Mercedes,

debe ser porque estamos muy unidas las dos, y recuerdo que ya me puse a llorar como una magdalena, abrazada a mi hermana. Yo recuerdo eso perfectamente. Y luego ya me repuse como pude, y atendí al resto. Pero yo recuerdo que todo el mundo se desvivía, claro. Estaban preocupados. Entonces resulta que tengo una vecina, porque claro, un hermano mío decía, venga, vente a la cocina, abre la boca. Me metí en un sándwich de Mallorca, maravillosos que había traído,

y yo, no puedo, es que no me pasa nada, no me pasa nada. Eran las 4, las 5, y yo, sí, no necesito nada. Y entonces pasó una vecina con un zumo de tomate, con un buen vaso de zumo de tomate fresquito hasta arriba, y empecé a beberlo, a beberlo, a beberlo, a beberlo, y me sentí estupenda. Había perdido muchas sales porque hacía mucho calor ese día, y las recuperé con ese maravilloso zumo que me dio mi vecina inmaculada.

Siempre me acuerdo de ese zumo. No, es que yo lloraba en la habitación. Dentro de vosotros, desde luego, yo hice un gran esfuerzo, claro, luego, al cabo de los años, pues vienen las historias de las depresiones y las cosas, pero a mí estuve manteniéndome mucho tiempo porque yo quería que salieras todos adelante. De aquel día tengo recuerdos muy nítidos, pero muy íntimos. Había demasiada gente. Nadie sabía qué decir.

Algunos llegaban llorando a moco tendido, otros llegaban tensos, otros firmes. Ciertos familiares y amigos estaban mudos, otros hablaban sin parar. Y una lección que aprendí de aquel día es cuando pasa algo así, tan tremendo, siempre es mejor cerrar el pico antes de decir alguna burrada, aunque sea con la mejor de las intenciones. Había gente fantástica, reacciones muy buenas, de muchísimo cariño, muy prudente,

la gente muy prudente, pero como hay gente para todo, pues claro, ahí hubo también cosas desafortunadas, diremos, por decir muy suavemente la palabra. Sí, varias personas que, bueno, yo he querido olvidar, ahora estoy recordando porque, bueno, hay que decirlo, pero vamos, yo lo tengo más que superado eso. Yo me siento en lo mío y ya está, porque tiene que haber de todo. Mi madre prefiere no contarlo, pero una vecina le dijo que tenía suerte

de que su marido hubiese muerto asesinado en acto de servicio y no por un cáncer, tal cual. A mí, por ejemplo, un familiar me dijo que pensaba que le había tocado a mis niñas, no sabes el día que llevo. Ojo, eso me lo dijo a mí, que acababa de perder a mi padre. Aparte de las reacciones, sí que hubo algo que me marcó profundamente y para siempre. Al día siguiente de la masacre me acerqué a un bar a comprar tabaco

y en una mesa al lado de la barra había un montón de periódicos de aquel día. No pude evitar tirarme en plancha sobre ellos. Recuerdo abrir el ABC, recuerdo pasar las páginas y ver el horror del atentado en imágenes, todas ellas borrosas, de muy mala calidad. Me acuerdo de un primer plano de la cabeza y torso de mi padre, completamente carbonizado, y me pregunté por qué. ¿Cuál era el valor informativo de esa foto?

Cogí el periódico y lo tiré contra la pared. Tenía un cabreo. Yo creo que ya sabía que iba a ser periodista solamente para impedir que ese tipo de imágenes volvieran a manchar este oficio. No parece que haya tenido mucho éxito, ¿verdad? Esa tarde fuimos todos, la familia, amigos, compañeros de mi padre, al velatorio que se instaló en el patio del Cuartel General del Ejército, que es un palacio que está en la plaza de Cibeles de Madrid.

Estaban los siete ataúdes y todas las ayudas fuimos delante de nuestros ataúdes con nuestras familias, con nuestros hijos, porque los hijos estaban todo el rato con nosotros y la familia que pudo entrar. Y entonces ahí estuvimos rezando un responso y llegó la noche y ya había que irse. Pero yo dije que no me iba de ahí, porque era la última noche que iba a estar al lado de mi marido y yo no me podía ir.

Y me quedé. Y mis hijos, que eran más pequeños, me dijeron que iban a ir para casa para descansar y mañana venís temprano y ya está. No querían irse, pero les convencieron, les convencí. Total, que logré que se fueran. Me quedé más tranquila quedándome sola. Y ahí estaba la gente muy pendiente de mí. Yo notaba que había, yo creo que hasta médicos y de todo. De vez en cuando me daban un café con leche,

pero yo no me moví, no quería irme. Al día siguiente se celebró un funeral de Estado. Ahí estaban los siete ataúdes. Joder, qué visión. No podía pensar qué había dentro de cada uno. En un momento dado, el ministro de Defensa, que era entonces Julián García Vargas, se acercó a mi madre. Pues recuerdo que era un momento que tenía que aprovecharlo. Porque claro, yo no sabía lo que iba a pasar con mi vida.

Es que era una cosa que me sorprendió todo tanto, que digo, esto que hay una persona importante delante mía, yo tengo que aprovecharla. Y hice un esfuerzo muy grande, claro. Estaban mis hijos al lado, además. Yo tenía que dar una imagen normal, vamos, normal. Un gran esfuerzo. Y entonces cuando el ministro me preguntó cómo estaba y cómo veía el futuro. Y yo pues le dije, yo quería un trabajo. Estaba detrás de ponerme a trabajar.

Estaba preparándome ya. Porque la pequeña mía tenía ya más de diez años y entonces ya tenía tiempo, pues ponerme a trabajar. Y mi trabajo me apasionaba, soy trabajadora social. Y entonces el ministro me dijo, bueno, pues venga, tome nota, le dijo al secretario. Y digo, como yo, las otras viudas también querrán trabajar. También habrá que preguntárselo. Y entonces yo también pensé, bueno, ¿qué pasará con la casa?

No creo que me vaya a tener que ir de la casa con mis hijos. Porque es que no tenía ni idea qué iba a pasar. No, no, no, me dijeron, no, no, no. La casa, no se puede, la casa, seguís en la casa, vamos. Informativamente, la tentadura duró apenas un día y medio. En casa no hubo duelo, había mucho que hacer. Teníamos que mantenernos muy enteros y muy serios. Y no recuerdo llantos o lamentaciones. Pasó el verano y nos mudamos a otro piso en el mismo edificio.

En el otro había muchísimos recuerdos. Empezó el curso, pasaron los meses. En casa no se hablaba de papá. Si surgía su nombre, en la conversación era para contar anecdotillas. Pero nada más. Cada uno cargó con su trauma a su modo. A ver, yo solamente puedo hablar por mí, ¿eh? Pero comencé a estudiar como un loco, me fui de casa a becado por todas partes. Me puse a trabajar en cuanto pude. Rompí con mi entorno anterior.

Muy poca gente sabía que mi padre había muerto asesinado por el Comando Madrid de ETA. Me daba pánico el estigma de ser una víctima del terrorismo, ¿sabes? Es que me jodía que la gente tuviese pena por mí de entrada. Y sobre todo, no quería que mi vida estuviese marcada por eso. Pff, qué iluso, ¿verdad? Durante 20 años no hice nada. No investigué, no indagué, no pregunté. Compré la versión oficial.

Mi padre había volado por los aires en un bombazo de ETA. Y de repente, justo cuando iban a cumplirse dos décadas del atentado, todo cambió.

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