El tragaldabas sin vergüenza que lleva seis años sumando 'simpas'

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Un tipo de más de cien kilos de peso, chupa de cuero, da órdenes con voz segura. «Huevos con filete de pollo y patatas fritas». «Solomillo (gigante) con pasta y tomate... y (más) patatas fritas». «Y copa de vino». De postre: «Tarta de queso». Una comanda de dos personas, para uno solo. Llega la cuenta. Se rehúsa a pagar los 27 euros de la cuenta del Espumosos 5M. La mezcla entre tragaldabas y estafador, más lo segundo que lo primero, tiene nombre: Antonio Miguel Grimal. Con 47 años ha sabido reírse del sistema judicial y de los restauradores de Zaragoza.

Ha sido detenido medio centenar de veces por no pagar la cuenta. Se aprovecha de los resquicios del sistema para evitar que los defraudados llamen a la Policía. Sus fechorías superan largamente su prontuario: es incalculable los restaurantes defraudados en 2016, cuando se conocieron sus primeros impagos en locales de comida. La mayoría de los establecimientos optan por no llamar a las autoridades para no perder el tiempo. Para 2017, ya tenía -no menos de- dos condenas firmes. Ninguna broma. Seis años como el enemigo público número uno de los locales maños. En la cárcel de Zuera lo conocen bien. Allí le ha enviado, este mes, otra vez, una jueza tras haber acumulado, en sólo 30 días, nueve denuncias.

Los afectados por sus tropelías: un restaurante de la cadena NH, El Real, Espumosos 5M, Ankara, La Bodeguita Real, La Tagliatella... la lista se extiende por la capital de Aragón. Muy especialmente por el centro histórico. Nacido en Cataluña, a Grimal los dueños de los establecimientos le tildan de caradura sin escrúpulos. La Policía Local -y Nacional- está desesperada porque es reincidente y no cambia. Cuando un restaurante de la zona llama al 091 por un cliente que no quiere pagar, anticipan a quién van a encontrar allí, orondo. Se aprovecha de los camareros recién llegados, los novatos, que le sirven despreocupados y agobiados por las mesas. Los que tienen experiencia, lo echan directamente o no le sirven.

Su modus operandi se completa con la insolencia. No sólo se niega a pagar, sino que mientras espera a las autoridades incluso pide algo más de beber. Para hacer más llevadera la espera. Su comida favorita, aparte del solomillo y el pollo, son los arroces. Le pierden las paellas y los risottos. Para maridar, vino tinto. Calculador en la mesa y en las penas, no se pasa de los 400 euros, que subiría su castigo en el Código Penal. Un arroz con ibéricos de La Tagliatella puede ser el inicio de su caída, por la que suspiran los restauradores maños, que temen cunda su mal ejemplo. Temen llenarse de okupas de las mesas.

Erró en su cálculo, pues cadenas como esta última sí pueden seguir la lucha judicial. Le pasó antes también con el NH, que fue cuando estuvieron a punto de condenarle drásticamente. Un martes de diciembre de 2017, tuvo dos juicios con 30 minutos de diferencia. Ese día, a las 10.30 horas, se le juzgó por zampar él y dos acompañantes y no abonar los 143,30 euros que debían en el NH, por una cena del 16 de marzo de 2017. Cuando acabó esa audiencia, tuvo que ir a otra por no pagar 52,60 euros, por otra comilona del 27 de febrero de ese mismo año. Se pedían en total, por estafa, cuatro años de cárcel y abonar 3.796 euros para compensar sólo dos de sus fechorías. Pero se libró.

¿Por qué no fue a prisión en esa ocasión? Lo salvó un fallo del Tribunal Supremo que no permite la acumulación de delitos leves. Una vez más, encontró una brecha en el sistema y no fue condenado a cárcel. Sólo tuvo una multa de 270 euros por cada uno de los casos citados y el pago de ambas cuentas. Todo juega a favor del felón...

¿Cuándo y cómo comenzó? Este hombre -que asegura en sus redes sociales trabajó de oficial en una empresa de aislamientos y de guardia de seguridad- presume de ser pensionista desde hace dos décadas (en Linkedin), no habiendo a día de hoy cumplido los 50 años. ¿Un moroso perpetuo? Por no pagar, no quiso hacerlo ni con el seguro obligatorio de su coche. Ya en 2005, hay una sentencia del Tribunal Constitucional que lo cita.

Él y su entonces mujer llevaron hasta esa instancia su reclamación: fueron condenados antes por un juzgado de Reus «a la pena de multa de 50 días, con una cuota diaria de cuatro euros, y al pago de las costas procesales, quedando sujetos a la responsabilidad personal subsidiaria de un día de privación de libertad por cada dos cuotas diarias no satisfechas». El 15 de mayo de 2003 ellos fueron requeridos por un guardia urbano a presentar los papeles del coche. No pudieron presentar el «seguro obligatorio de responsabilidad civil, careciendo del mismo el vehículo en dicha fecha». El Constitucional rechazó su petición, claro.

Separado de su pareja de entonces, ella ya ha rehecho su vida. Tiene un hijo al que idolatra y del que de vez en cuando sospechosamente usa sus fotos de perfil. En otras está en un ring luciendo tatuajes y mirada arrebatadora. También suele presumir de que le siguen modelos en sus distintos Facebook: posee seis cuentas y tantas más de Instagram. Otra de sus imágenes recurrentes es una donde él mismo se pone: «Te amo». Lo normal: suele ser el único que se da «me gusta» a sus propios retratos...

Parece aspirar a ser una suerte de Simon Leviev (protagonista del documental el Estafador de Tinder), pero en versión cañí. Escribe, ante tantas solicitudes de amistad de chicas que envidiaría el mismísimo Di Caprio: «No voy a dar dinero a ninguna mujer para que pueda venir a verme... yo no pago por cariño». Dice la verdad y una furiosa seguidora le responde: «¿Tú dar dinero a nadie...? ¿Pero no se han enterado que no tienes para comer...?». La red es también escenario de sus tribulaciones y venganzas. Al novio de su ex se atreve a decirle: «K (sic) pena me da la gente k (sic) para tener galgo (sic) se tiene k (sic) juntar con una mujer para vivir de ella me parece asqueroso». Sin comentarios.

Lo ha enviado a la cárcel de Zuera una valiente magistrada, titular del Juzgado de Instrucción número 8 de Zaragoza. Los hosteleros están hartos de su impunidad. Todo le ha protegido. Ni siquiera pueden difundir sus imágenes, que las tienen -hasta de las cámaras de seguridad; de sus propias cuentas de Facebook, alardeando de degustar una jarra enorme de tinto de verano- porque el castigo sería mayor para ellos. Para las víctimas. El mundo al revés.

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