Javier Arrés: El criptoartista español que se codea con la élite mundial

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Érase una vez un hijo de maestra y policía que dibujaba incansablemente. Lápices de colores, gomas de borrar, hojas del Galgo, cuadernos y sacapuntas formaban una evidencia abigarrada y monolítica. El niño, Javier Arrés (Motril, 1982), estudiaría Bellas Artes. Cuando el momento acontece, sin embargo, irrumpe la decepción. "El academicismo era tan bestia que sólo iba a las clases de dibujo. Pasaron los años y entonces conocí a un director de teatro que me sugirió que me formase en diseño gráfico y producción multimedia", rememora Arrés, uno de los criptoartistas más cotizados del planeta. Ese pequeño giro de tuerca forjó su carrera.
España, admite apesadumbrado, nunca fue una opción. Un rosario de trabajos en distintas agencias de diseño gráfico de Madrid (logotipos para bodas, bautizos y comuniones) llenaba la nevera, pero el verdadero trabajo comenzaba al llegar a casa ya caída la tarde. "Mi objetivo era desarrollar un estilo propio; de lo contrario te pedían que copiases a otros. Siempre he creído que el mercado era internacional. Aquí la meritocracia no funciona".
Sus ilustraciones han aparecido en cabeceras tan prestigiosas como The New York Times Corriere della Sera. Parte del sueño se cumplía, aunque el problema de fondo persistiese: el dibujante/ilustrador cuenta, igual que el carpintero, el periodista o el administrador de fincas, con pocas oportunidades de expansión. Entre bambalinas se forjaba no obstante una revolución.
Bajo el ala del blockchain nacen los tokens no fungibles (NFT), un recurso que certifica la autenticidad de las obras digitales. Este sistema es el futuro de la propiedad digital y se utiliza ya en ámbitos como las subastas, los videojuegos y el deporte. A cada NFT se les asigna un conjunto de metadatos, por ejemplo, el valor de partida del bien adquirido, las transacciones que se hayan hecho y la identidad del autor.Arrés descubrió así el inmenso potencial de plataformas como MakersPlaceSuperRare o Mito, lugares perfectos para vender sus obras y proteger la propiedad intelectual. El folio deja paso ahora a la tableta y los dibujos estáticos se convierten de repente en visual toys, es decir, en "un objeto pop surrealista, barroco, lleno de detalles y fantasía, con elementos de robótica, cables, retro-tecnología; una máquina-objeto que invita al espectador a imaginar y cuya utilidad no se acaba de comprender. Es una especie de artefacto para jugar visualmente en un bucle infinito".Los coleccionistas que se mueven en este nuevo entorno son más jóvenes de lo habitual, proceden principalmente de Estados Unidos, Gran Bretaña, Nueva Zelanda y China y se clasifican, según Arrés, en tres categorías: los compradores ballena (aquellos que viven en el ámbito de las criptomonedas y pagan por una obra entre 10.000 euros y 100 millones), la clase media acomodada (donde la horquilla oscila entre los 3.000 y los 10.000 euros por pieza) y el rango bajo (que parte de unos 100 euros).
En España, Arrés sólo conoce a un coleccionista, Pablo Fraile. Observa el criptoartista una brecha generacional. "A los más mayores esto les parece una marcianada, aunque también es cierto que coleccionistas en el país siempre ha habido pocos. No es que nuestras madres fuesen a comprar un Picasso todos los meses. Los gamers son menos ajenos a esta tendencia porque en los videojuegos están acostumbrados a pagar por cosas no fungibles (por ejemplo, una chaqueta fucsia para su personaje favorito o un arma de triple cañón)".
La gran cuestión es cómo se consume este arte emergente que los ancianos no entienden y los jóvenes celebran. "Pues igual que el arte de siempre, pero en otros dispositivos. Muchos coleccionistas tienen en sus casas o galerías pantallas de gran tamaño pensadas exclusivamente para estas obras, y pueden enseñarlas desde el teléfono móvil o incorporarlas a sus museos en el metaverso. La utilidad también la dan el artista y el NFT: el hecho de ser propietario de un visual podría darte derecho a participar en una puja exclusiva. Es como aportar un valor adicional a través de un club", explica Arrés. Su récord personal fueron los 45.000 dólares ingresados por la edición única de Rock Never Dies, un loop de un minuto y medio con música, rascacielos psicodélicos y un aire a Yellow Submarine (George Dunning, 1968), la película animada basada en la canción de los Beatles.Javier Arrés fue nombrado artista emergente de 2017 por la revista californiana de arte contemporáneo Hi-Fructose, ganó en 2019 en la Bienal de Arte de Londres y ha llegado a ocupar el décimo cuarto puesto en la lista mundial de criptoartistas. Hace un par de meses se trasladó a Fuerteventura en lo que podría ser una revisión modernizada (y muy flexible) del periplo de César Manrique. "Vivo de esto porque soy 100% internacional. En las charlas que imparto todavía noto el rechazo que provocan las criptomonedas, vinculadas por mucha gente al dinero sucio y la especulación. Hablamos, pese a todo, de arte, y el arte era, es y seguirá siendo un lujo".

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