La 'aventura' del aceite de girasol artesanal (en un pueblo de 151 vecinos)

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Son los últimos artesanos del aceite de girasol, los lugartenientes de un producto natural exclusivo, un selecto oasis alejado del método habitual de las grandes multinacionales que operan en España y cuyo modelo de extracción de las grasas vegetales es muy agresivo, al abrasar grandes producciones de materia prima a altísimas temperaturas. Sin embargo, en un idílico paraje enclavado en el Prepirineo catalán, a una hora en coche desde Barcelona, una pequeña fábrica enclavada en el municipio de Sagàs (151 habitantes) se ha especializado en la elaboración de un producto exclusivamente natural, gourmet, sin apenas costes energéticos y con cero emisiones de carbono.

Al frente de esta romántica producción se encuentra la familia payesa Rovira, cuyos orígenes ganaderos se remontan a principios del siglo XIV y que terminaron siendo propietarios de una extensa masía. La generación actual, formada por cinco hermanos, ha impulsado en las últimas décadas una serie de iniciativas empresariales en esta agreste zona de la Cataluña central, como el famoso restaurante Els Casals, con fama mundial, que cuenta con una estrella Michelin (2008) y otra en la categoría de Sostenible. Al frente se encuentra Oriol, el hermano pequeño de la saga, que deslumbra desde hace más de una década con una cocina de terruño al poner en la mesa sólo productos creados en la propia finca para el autoabastecimiento. Se hizo popular por su mítico tomate natural, además de por la circunstancia de construir un helipuerto para recibir a sus clientes más afamados.

A la par, pusieron en marcha un coqueto hotel rural de nueve habitaciones rodeado de campos y bosques. Después, llegó una marca de embutidos -Cal Rovira- que provenía de su propia finca de más de 500 hectáreas, un entorno rural dedicado al cultivo de productos naturales y a la ganadería, incluida una explotación porcina en ciclo cerrado, con 65 madres. En la tierra se produce toda clase de materias primas: cebada, maíz, guisantes... y hasta pienso que se elabora en su propio molino. El resultado es una excelente y muy valorada gama de sabores auténticos en butifarras, butifarras de perol, bulls, sobrasada, lomo, chuletas, costilla...

«Con la fábrica de girasol hemos cerramos el círculo», explica uno de los hermanos socios, Jordi. Los cinco (dos parejas de mellizos, Lluís y Carme (60 años), Miquel y Jordi (58), y Oriol (48), conducen con laboriosidad y eficacia este conglomerado empresarial que tiene su nexo común en una apuesta innegociable por la biodiversidad. La fábrica facturó el año pasado 5,9 millones de euros. Pero después de seis años exportando aceite de colza (en España apenas se consume por la mala imagen que arrastra tras la mortal intoxicación masiva de principios de los 80), la familia pensó que era el momento de un cambio de rumbo. Y, precisamente, tres días después del inicio de la invasión rusa, el domingo 27 de febrero, a las seis en punto de la mañana, Miquel, Jordi (padre e hijo) y uno de sus tres empleados de la industria, Andrés, abrieron de par en par las puertas de la fábrica, de 450 metros cuadrados, y apretaron al unísono el botón del primero de los tres silos que sirven para limpiar las semillas de las impurezas.

El proceso, muy mecánico, incluye la fase final con un cuarto silo que se utiliza para separar el aceite de la torta. «Lo teníamos todo preparado para estas fechas y, a pesar del riesgo que conlleva la guerra, ya no dimos marcha atrás», aclara Jordi, que pactó los primeros precios de los pedidos con sus clientes antes del comienzo de los bombardeos. Por el momento, asegura, no los ha subido, a pesar de que en el mercado casi se han doblado en las últimas dos semanas -de 1.430 euros de media por la tonelada a los 2.600 actuales-.

Su volumen medio semanal se acerca a unos 30.000 litros de aceite en una planta en servicio las 24 horas de los 7 días de la semana. Al finalizar la producción, grandes camiones-cisterna cargados con 25 toneladas de aceite de girasol recién elaborado, más una importante producción de tortas para la elaboración de piensos, salen de la fábrica con destino a cadenas alimentarias de la región y también a puntos de Huesca. 
Jordi elogia las ventajas de su modelo, el prensar los granos de pipa en frío, a temperatura ambiental, tal y como se encuentra la semilla al natural, a unos 25 grados, y no expuesta a más del doble que derivan en disolventes orgánicos y sustancias químicas como el hexano que produce la mayoría de fábricas en manos de las 20 empresas del sector que existen en España. Con este sistema generalizado, de cada prensado al por mayor sólo se extrae una pequeña cantidad, alrededor del 2% de aceite, o como mucho, las de tamaño medio, un 7%, por lo que es necesario un gran volumen de materia prima, además de consumir importante cantidad de energía para su extracción.

Según confirma Primitivo Hernández, director de ANIERAC (Asociación Nacional de Industriales Envasadores y Refinados de Aceite Comestibles), en España se producen anualmente unos 650.000 millones de litros de aceite de girasol. Más de la mitad está destinado al envasado en botella y el resto para la importante industria agroalimentaria, como las conservas de pescado, mariscos, patatas fritas, snacks, aperitivos, galletas, salsas, pastelería industrial, precocinados, margarinas o bollería, entre otros muchos usos, lo que nos sitúa a la cabeza del consumo por habitante en Europa (20 kilos por habitante), doblando la media del continente.Las 800.000 hectáreas que se sembraron el año pasado en nuestro país -que suelen tener un 40% de rendimiento del cultivo- no fueron ni mucho menos suficientes. De ahí que tengamos que importar otras 600.000 toneladas (el 70%) en cada campaña procedentes de Ucrania para abastecer al mercado nacional, que estos último días ya empieza a temblar al comprobar cómo muchos supermercados comienzan a quedarse sin existencias y prohíben comprar más de cinco litros.Pasó en la pandemia con el papel higiénico y ahora la psicosis ha llegado al aceite de girasol, aunque su último tesoro se encuentra a buen recaudo en manos de la familia Rovira, que se ha empeñado, de nuevo, en cerrar el círculo. 

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